Monday 27 April 2020

La Sociología de los Misioneros Secretos

   Éste ensayo es un análisis de las teorías sociológicas que se ilustran en los Misioneros Secretos. Si no has leído la historia, te recomiendo que lo hagas antes de leer esto, pues hay aquí muchas referencias a ella. Para encontrarla, busca en el archivo a la derecha la publicación del 11 de Abril de 2020. Enjoy:

   La iglesia de Minaura impone la creencia de un orden divino de Dios, representado por el árbol mágico sobre el órgano. Gramsci dice que los poderosos usan la religión para crear una hegemonía, que es una visión de cómo la sociedad debe funcionar y cómo deben ser las cosas en general. De este modo, los amigos de Norberto al principio intentan persuadirlo de que el orden no se debe cambiar, pues ellos creen que es lo major porque Dios lo creó y Él es el más sabio. Gramsci dice que la hegemonía es un control ideológico que moldea el comportamiento de las personas de modo que la coerción, el uso de la fuerza, no es necesario para mantener el poder de clases. Althusser argumenta que la creencia religiosa se usa como un aparato ideológico de estado (ISA, por sus siglas en inglés): es una institución que justifica la existencia de diferentes clases sociales: Marx lo llama el derecho divino del monarca. Como Gramsci, Althusser cree que ISA reduce la necesidad del aparato represivo de estado (RSA), que es el uso de la policía o el ejercito, para mantener el estatus quo. En la historia, cuando el control ideológico fracasa y Norberto y Bertrand son atrapados perjudicando a la Iglesia, el Sr Jeremías usa coerción en forma de castigo corporal: esto funciona como un disuasorio que sirve para el mantenimiento de límites. El mantenimiento de límites es el proceso en el cual las normas y los valores de una comunidad se recuerdan a sus miembros para que la cultura prevalezca. Para los functionalistas como Durkheim, esto es algo positivo porque nos capacita para cooperar de forma eficiente en nuestra comunidad, lo que nos costaría si tuviéramos diferentes valores y creencias; por otra parte, para los marxistas esto es negativo, porque perpetúa la explotación de la clase obrera. El mantenimiento de límites también se ve en el árbol mágico y en las pinturas d herejes crucificados en las paredes laterales de la iglesia. así, la iglesia de Minaura usa ideología para hacer que la gente acepte la estructura feudal donde los propietarios de las tierras explotan a los trabajadores, justificándolo como la voluntad de Dios, y si alguien se sale de éste esquema, tienen la posibilidad de usar la coerción.

   Althusser dice que, a pesar de todo, las ideas tienen autonomía relativa, lo que quiere decir que no están completamente condicionadas por las instituciones. Un ejemplo verídico son los Muchachos (Lads en inglés) de Paul Willis, un grupo de jóvenes de clase obrera que rechazaban las reglas del colegio y habían creado una subcultura anti-escuela, que incluía el desprecio a la autoridad. En los Misioneros Secretos, Norberto y sus compañeros disciernen de la hegemonía de la Iglesia y visualizan su propio Dios. A esto Ernst Bloch lo llama el principio de la esperanza: la religión nos da una visión de un mundo mejor, y es esta fe la que nos capacita para contrarrestar la opresión. Gramsci dice que la clase obrera también puede crear una contra-hegemonía que les inspira a luchar contra los opresores basados en la creencia que Dios realmente quiere que estén en buenas condiciones. Así es como Norberto persuade a sus amigos de que ese no era el auténtico reino de Dios. Un ejemplo de la vida real son los Cultos de Cargo: en la isla de Milenesia, en los tiempos de la colonización Europea, las tribus nativas creían que los blancos se estaban llevando injustamente los bienes materiales (cargo) que había mandado Dios para ellos, y que por lo tanto su poder debía ser eliminado. Engels vio esto como la primera rebelión de la clase obrera contra los opresores. Así, mientras la religión generalmente trabaja para los poderosos, a veces puede inspirar a la clase obrera esperanza para rebelarse contra ellos: Engels dice que la religión tiene carácter doble.

Sunday 12 April 2020

El Castillo del Ardid

HISTORIA
   La alcurnia se reunía en la sala más alta de la gran Torre del Norte de cuyas ventanas se veía la totalidad del claro iluminado sobre el cuál se construiría el Castillo del Ardid, y las miradas se acumulaban sobre el Doctor Eustaquio Quirós, el más extravagante de ellos, que había convocado la congregación. El Doctor Quirós sabía usar su labia excepcional como una bandera que fluye con el viento, para unir oídos que aprendan de sus proyectos estrambóticos y con él acumulen fondos para ellos. Esto le había llevado a alcanzar el respetado puesto de monarca democrático. La gente presente en esta torre había sido su público en las ocasiones que habló de todos ellos como la tripulación de un barco majestuoso que perseguía el sol sobre el mar abierto, con viento apresurado y música emocionante en su favor. Luciana, miembro activo de la alcurnia, se alegró cuando recibió la carta que la llamaba a la Torre del Norte, porque era desde aquel lugar desde donde salían lo diseños de los edificios y las relaciones de la gente de Ocurea, su bella ciudad que ahora observaba en caminatas circulares por el perímetro de la sala a través de los altos ventanales; la Torre del Norte era una única columna a media altura de una ladera inmensa; desde la sala más alta, colina abajo, se podían ver los distritos 5 y 6, donde los esclavos tenían sus hogares a los que regresar tras las labores del día; serían unas dos centenas de metros bajo la torre donde estaba el límite de esa zona y comenzaban los distritos 3 y 4, que llegaban hasta rodear la mitad de la ladera; hacia el norte, las edificaciones eran escasas, y el claro iluminado cubría casi todo el terreno. "Esa zona necesita dueño," decía el Doctor Quirós en la congregación de la alcurnia altiva, "y lo vamos a edificar bien".
   Luciana conducía un carruaje tirado por caballos adentrándose en el claro detrás de los esclavos que la miraban con cara de rabia y odio, aunque de algún modo ningún miedo. A su izquierda su amigo y vecino Rodrigo se alzaba solemne en su carruaje, y a su derecha su compañera Celeste apoyaba los pies sobre la barandilla anterior de su propio vehículo; los miembros de la alcurnia formaban una fila que empujaba a la multitud  de cargueros de brazos sanos y piernas fuertes colina arriba al terreno por obrar, vigilados desde arriba por el ojo omnisciente del Doctor Quirós. Pronto hubieron formado un sistema en el cual tendrían filas ordenadas trayendo rocas de la mina al pie de la montaña y gente en el claro apilándola según el diseño más votado en la sala de la Torre.
   Tres veces al día, Luciana bajaba la ladera de la montaña en su montura pomposa al frente de un grupo de esclavos, a quienes Rodrigo vigilaba desde atrás, para que subieran las rocas. Celeste y un grupo de miembros de su casta se encargaban de coordinar a los obreros, de tal modo que las fechas límite de la obra se cumplan. Al cierre de cada jornada, Luciana y Rodrigo se burlaban de los esclavos humillados, que lloraban del cansancio mientras ellos apenas si sudaban tras recorrer la misma distancia bajo en mismo sol; "¡Sabrán ellos lo que cuesta manejar a tanta gente, si tan sólo cumplen órdenes!". Al atardecer, los miembros se reunían junto a la obra a saciar su hambre con horneados sabrosos y bebida gustosa, y contemplaban la Torre del Norte. "Nuestras aportaciones valdrán la pena, el Doctor Quirós siempre ha sido un amigo ejemplar," se decían, "¿Qué harán ustedes cuando terminemos?" preguntaba Rodrigo. En el río del agradecimiento al Dr Quirós, ideas fluían como granos de arena: unos querían esculturas en su honor, otros ya se veían al frente de pueblos independientes, exponiendo su superioridad en salas de tribunales; "Abran paso al Doctor Rodrigo", saludaba él. Éstas fantasías robarían su atención durante el día, y al recuperarla se encontraban con rostros de repugnancia en las multitudes de cargueros y obreros, pero desde sus altos asientos sobre las cabezas de todos, no sentían necesidad de preocuparse. Así la alcurnia continuaba con su labor de dirigir la construcción del Castillo del Ardid.
   Con cada fila de rocas que se apilaba, más impacientes estaban los miembros de la alcurnia, y entre más grande era la sombra de la construcción, más profundo era el sentimiento que les unía al visionario que observaba desde lo alto de la Torre del Norte. Cuando la obra estuvo acabada, Luciana, Rodrigo, Celeste y los demás prepararon un último horneado bajo el sol amarillento y la sombra de la Torre, burlándose de la ilusión infantil del Dr Eustaquio Quirós, que lo había llevado ya al Castillo del Ardid, y cuando toda esta comida se hubo agotado, regresaron entre los esclavos a sus casas en los distritos 3 y 4. Mientras entraba Luciana en su casa, vestida de la altivez y arrogancia que llevó desde el principio, el asco y desprecio con que los esclavos la habían mirado se convirtió en un montón de risotadas y chismes desdeñosos. Luciana, llena de una molestia inquietante, echó un vistazo de desprecio a sus casas de bareque antiguo y tejas de zinc en la lejanía de Ocurea, en los rincones olvidados de la ciudad, y se satisfago pensando: "Ríanse mucho, que Quirós y yo somos de la alcurnia, ¡y ustedes no nos llegan a la suela ni si vamos descalzos!". Entró pues en su casa de ladrillo sin pintar y cemento agrietado en el distrito 3, con un jardín vistoso que bien disimulaba el estilo tétrico del interior. Desde que empezó el proyecto no había estado muy atenta al orden de su casa, y en éste momento se fijó en el mugre acumulado sobre las exóticas baldosas de cerámica, y se empleó a erradicarlo con su escoba de palo. Ya entrada la noche, se preparó un café y almojábanas y subió a la terraza; ahí saludó a su vecino Rodrigo, que se encontraba en el mismo ritual, y compartieron el sentimiento de plenitud que les inspiraba la terminación del Castillo del Ardid y la armonía de un equipo de plan compartido y ganancias equitativas: el alma de la correspondencia crecía en la imagen de Eustaquio Quirós, a quién sus miradas subordinadas buscaban más allá de la Torre del Norte, en el distrito 1: altas se alzaban sus murallas de piedra y sus torres de vigilancia, la nueva casa de Eustaquio contaba con suelos impecables de porcelanosa y paredes y columnas de mármol pulido a mano; estaba recubierta por muros de cuatro metros de piedra y tenía cinco torres de vigilancia con guardias profesionales a todas horas; los cuadros más famosos de los pintores más célebres habían sido reunidos en la sala principal; contaba con una banda privada de músicos estudiados en los lugares más cultos del globo; se había construido un sistema de teleférico para bajar sin esfuerzo la montaña hasta las atracciones naturales más demandadas. Luciana fue a dormir a su habitación, y el frío que entraba por las grietas del cemento le recordaba el bareque de las casas de los distritos 5 y 6. Meses después, el Doctor Quirós, el monarca democrático de Ocurea, se presentó en su casa, y le introdujo un nuevo proyecto. Horas más tarde, en la Torre del Norte, Luciana se reunió con Rodrigo, Celeste, y los demás miembros de la ilusoria alcurnia.





Saturday 11 April 2020

Los Misioneros Secretos

HISTORIA:
   Bajo el sol abrasador, bajo la despiadada lluvia y entre las furiosas arenas, los trabajadores de Minaura trabajaban las tierras estériles de las huertas, preparaban plantaciones de tubérculos y verduras y acumulaban cultivos en carretillas oxidadas, todo por el favor de señores feudales caprichosos que ni recordaban sus nombres. Lunes a sábado, de amanecer a anochecer, ese era el código mecánico en el que laboraban como un campo de molinos en invariable viento. Los domingos los señores feudales salían a las huertas con elegantes trajes de las más finas telas y llevaban a sus trabajadores al pueblo en filas rígidas de soldados disciplinados, y en la plaza frente a la Iglesia ojeaban discretamente a los otros señores, comentando sobre el tamaño de sus compañías, que era la firma de su dignidad. Tan solo a los señores presentables se les permitía un asiento frente a la actuación sagrada del Cura, todos los trabajadores permanecías atrás y rezaban de pie. Norberto siempre cruzaba sus brazos al frente, y estudiaba la pintura en el extenso muro sobre el órgano, que mostraba el orden divino de las cosas: en las manos de Dios estaba una esfera de la luz más pura que uno podía imaginar, y en su interior un árbol de ramas desnudas, las superior sujetando un retrato del Papa llamado Frederico, a quien levantaban los Curas, y a éstos sus discípulos; el tronco era el lugar de los señores feudales a quien pertenecían las tierras y quienes cultivaban los nutrientes, y en las raíces estaban aquellos que manejaban por ellos las herramientas. Fue así como Dios creó las cosas; había sido así siempre, y siempre lo sería, pues Dios lo había creado y por lo tanto era el modelo más perfecto que se había hecho o se pudo haber hecho. Por suerte para todos, había pinturas en las partes inferiores de las paredes laterales de herejes crucificados, comidos por las moscas y secados por el sol, para recordar a cualquier curioso de no adentrarse en tierras prohibidas, desgarrando así la torre que los acercaba al Cielo. La pintura del árbol había sido pedida por el Cura Edgar, el hombre que rezaba sobre el altiplano con un traje morado y una máscara que le cubría la cara hasta las orejas y cuya alargada cola lo curvaba, y que recitaba largos sermones en la lengua De Dios, que era ininteligible para cualquier mortal, excepto aquellos más cercanos a su Casa, como él mismo y sus discípulos más habilidosos.

   Norberto había cumplido cuatro años en la granja de Lord Jeremías. Había pasado por incontables granjas en diversos pueblos y aldeas previamente; la naturaleza repetitiva del tiempo lo había vaciado del entusiasmo aventurero que un día lo movió, y su espíritu extrovertido se había reducido a tres compañeros. "Siempre es lo mismo," solía decirles, "estamos condenados a que nos traten como a animales." "Deja ya eso," le decían, "Dios sabe dónde nos pone." "No hablas en serio," contestaba, "Dios es un padre que ama, y no desea que ninguno de Sus hijo ni los hijos de ellos sean tratados como perros; a Jeremías, sin embargo, le interesaría bastante que las cosas no cambien." Sus compañeros saltaban en las sillas en un rincón oculto de la huerta, durante su descaso de apenas media hora para comer. "El Señor Jeremías" le corregían.

   Un domingo en la mañana, a finales del mes de Julio, Norberto cavaba una fila de huecos en la tierra mientras su amigo Bertrand, detrás de él, los iba llenando de semillas y tapándolos con la tierra que quedaba al lado, cuando el Sr Jeremías surgió de su casa con su nuevo traje de algodón azul y llamó la atención de sus obreros con un golpe de palmas, pidiendo voluntarios que lo acompañen a la Iglesia. Norberto y Bertrand marcharon en su dirección, y también Rowan el carpintero y Vicente, los otros integrantes de su pequeño grupo, pero antes que nadie, Tomás estaba ahí con su Señor; siempre era buena idea acompañar al Sr Jeremías en sus excursiones de los domingos, pues formar parte del grupo que le conseguía estatus entre los feudales de Minaura resultaba en su gratitud, y a menudo esto los invitaba a una jarra de cerveza entre dos en la taberna. Tomás siempre se presentaba voluntario, siempre era el que sabía exactamente las cantidades producidas y recogidas cada día, y siempre andaba junto al Sr Jeremías en las caminatas al pueblo. Al final de la sala, mientras el Cura Edgar recitaba sus versos indescifrables, Norberto susurró a su amigo Bertrand su asco ante la sola concepción de ir a ese lugar: "Que manera mas hipócrita de besarle el trasero", se quejaba. Vicente le dio un toque en la costilla, alarmado por la claridad del susurro en el silencio. Norberto retornó a mirar a la pintura sobre el órgano que tocaba notas largas en armónica sincronía con el sermón del Cura y los cantos de los discípulos. La misa terminó, y todo el mundo giró sobre sus talones, peor un mano rígida agarró el brazo de Norberto: era Tomás, que tiró de él. "Si fuera tú, me andaría con más cuidado con mis palabras," le dijo, y asintió a las pinturas en la base de los muros laterales, "eso les pasa a aquellos que hablan de un Dios sin orden divino, y déjame recordarte que el Sr Jeremías me escuchará a mí antes que a ti". Con éstas palabras le dejó con una rabia congeladora. Su señor feudal llamó a Rowan, que tomó la silla que había estado haciendo las dos últimas semanas del lado de la pared, donde la había dejado, y se dirigieron juntos al Cura del rostro oculto. "Mis humildes saludos, Cura Edgar", dijo el Sr Jeremías mientras Rowan ofrecía una reverencia detrás de él, "me gustaría daros esta silla de fina madera que mi carpintero Ronald ha hecho para vos. Pensé que le podríais dar uso, pues sé que la Iglesia ha estado pasando por dificultades económicas, y ese sillón," levantó una ceja hacia el banco frente al órgano, "puede necesitar un reemplazo." El Cura Edgar rió, y apoyando una mano sobre el hombro del Sr Jeremías dijo: "Sin duda estamos en tiempos difíciles, buen hombre, te agradezco este gesto de amabilidad." El Cura se dirigió a Rowan, que le entregó el asiento. "Y te agradezco a ti también, noble carpintero. Confío en que en mejorará la estética de nuestras actuaciones." El Cura y el señor se adentraron en una conversa amistosa, pero ésta se tornó borrosa a oídos de Rowan cuando identificó dos voces misteriosas murmurar en algún sitio de la sala. Las buscó con la mirada y descubrió a dos discípulos frente a la puerta del patio trasero, detrás del inmenso instrumento. En la curiosidad voraz de la pregunta, dio pasos discretos en esa dirección, hasta que pudo reconocer algunas palabras e imaginarse las otras. "Nuestro hermano ha vuelto esta mañana de Gindade con noticias de los Koether, han aceptado el precio y desean proceder". Rowan fue interrumpido por su señor feudal, que le obligó a hacer una reverencia al Cura, que se iba a su cámara. ¿Koether? Rowan se quedó pensando.

   Al siguiente día, en la media hora para comer, Rowan llamó a sus compañeros al rincón oculto de la huerta con especial prisa y los sentó en un círculo tan cerrado que el interior estaba completamente a oscuras bajo el sol que quemaba sus espaldas como un horno. Preguntó si alguno conocía o había oído mencionar a los Koether, pero se encontró con rostros ignorantes. "¿Dónde oíste esto?", preguntó Norberto. Rowan contó el incidente de la Iglesia. "¿Precio de qué?" preguntó Bertrand. "¿Proceder?" se alarmó Vicente. El descanso terminó y a patadas los devolvieron al trabajo, pero Norberto no abandonó por el resto del día la obsesiva mezcla de una sopa de ideas respecto a qué podría tener la Iglesia entre manos. ¿Qué querían comprar? ¿O iban a vender algo? ¿Quiénes eran los Koether? Cada domingo desde entonces Norberto se ofrecía voluntario para ir a la Iglesia, y en misa mantenía un ojo de prudencia sobre Tomás. El tercer domingo, vio a Alberto, el tabernero, que estaba en su descanso, con dos discípulos del Cura, que estaban en el suyo, en una amistosa conversación en el patio trasero de la taberna, y lo mismo observó la siguiente semana. La reputación de viejo amargado de Norberto le había costado contactos con los otros trabajadores, pero Vicente tenía un círculo de amistades de tamaño respetable; "Necesitamos ser muchos para que Jeremías esté contento - necesitamos más tiempo en el pueblo mientras los otros estás en la taberna", le dejo repetidas veces, y Vicente, ante a insistencia implacable, uso su diestra retórica para convencer a varios para que se presentaran voluntarios en siguiente domingo. Sin duda alguna, cuando el Sr Jeremías vio la inmensa proporción de su compañía en comparación con las de los demás señores, su sonrisa fue tan grande como nadie en Minaura había visto en su cara por muchos meses, y tras la extensa misa, en la que Norberto no apartó la mirada acechadora del Cura sin rostro, llevó a sus trabajadores a la taberna y los invitó a jarras de cerveza para compartir. Lejano en sus pensamientos, Norberto sorbió un poco y dejó el resto para Bertrand. Salió del edificio a pasos silenciosos y rodeó el perímetro hasta el patio trasero. Su espalda se apoyaba contra la pared y su oreja apenas se asomaba por el agudo filo esquinero, espiando los murmullos. Los dos discípulos cogían fruta y pan de una cesta en el suelo, y bromeaban y reían con Alberto, pero minutos más tarde, cuando el tabernero se fue, sus rostros se tornaron oscuros. "¿Has encontrado algo?" dijo uno de ellos.
   - Nada. Tengo que estar todo el día con la compañía, no es fácil enterarse del resto del mundo - le dijo el otro - Luís, Tuck y Carlos siempre han sido los más cercanos al Cura Edgar.
   - No es su cercanía la que me preocupa, creo que algo turbio está pasando en la Iglesia. Puedo olerlo.
   - Vamos, Seth, siempre has querido ser ascendido a Cura, es obvio que las elecciones te tienen estúpido porque esos tres tienen las de ganar. Y te diré que tu empeño enfermizo con esto te puede costar tu lugar en la Iglesia. Tan solo Dios escoge el orden de las cosas.
   - Aún tengo muchas más posibilidades que vosotros de ser escogido por el Papa.
   - ¿Lo ves? Es lo único que te importa. Alguien como tú al mando de la Iglesia de Minaura nos bajaría al nivel de los Koether.
   - ¡Retira eso ahora mismo! Soy un buen hijo de Dios y lo sabes bien - su compañero no respondió, solo frunció el ceño y tragó saliva, y hubo un silencio tenso. En más relajado tono, Seth retornó a su hablar: Si mis sospechas son ciertas, ya nos encontramos en ese descenso - suspiró - Pero tienes razón, no podemos hallar mucho mientras estemos atrapados con el grupo. Ya parece que solo el Cura y esos tres pueden ir donde quieran. ¡Carajo, pagaría al que me diera respuestas! 
   - ¿Pagarías cuánto? - dijo Norberto, que se había revelado de su escondrijo.
   Los discípulos se dieron la vuelta veloces: "¿Qué haces ahí? ¿Cuánto has oído?"
   - Te deberíamos enviar con tu señor. ¿Para quién trabajas?
   Norberto ignoró las preguntas: "Dijiste que pagarías al que te traiga respuestas."
   - ¿Estás sordo?
   - Vete antes de que se nos agote la paciencia, campesino - dijo Seth, voviéndose.
   - Oí a dos discípulos decir algo de un acuerdo con los Koether - Seth se aquietó, y tornó la vista hacia el testigo - Dijeron que un hermano de ellos había vuelto con noticias. Esto sucedió hace alrededor de un mes.
   Seth inspeccionó al hombre: "¿Quién eres?"
   - Norberto Monteblanco, trabajo en la granja del Sr Jeremías - Seth no dijo nada, tampoco su compañero. Norberto trató de no mostrar su miedo ante al idea de que había tomado la peor decisión de su vida. "¿Quienes son los Koether?" preguntó.
   - Una iglesia del pueblo de Gindade. Practican sacrificios de pollos y ovejas. Como no tienen un templo físico, predicar entre los árboles profundos del bosque. El Papa Frederico y su llamado Papa Daarios han tenido conflictos por el poder por años. ... ¿Cómo te enteraste de esto que cuentas? - Norberto contó en primera persona la odisea que Rowan les había narrado. ¿Eran los hombres que viste un alto de barba y un calvo de ojos azules?
   Rowan no los había descrito, y la lengua de Norberto se anudó.
   -  Así es - dijo.
   Los discípulos se miraron.
   - Luís y Tuck. El viajero ha de ser Carlos. Tiene sentido, no aparecía por una semana.
   - ¿De qué precio hablaban? - preguntó Norberto.
   - No lo sé - dijo Seth, pensativo - ¿Podrás conseguir evidencia sólida de lo que dices, Norberto Monteblanco?
   - ¿Cuánto pagas?
   - Puedo conseguirte una granja y tus propios trabajadores.
   - ¡Esto es blasfemia! - se alarmaba el otro.
   - Suena tentador. ¿Por qué habría de confiar que mantendrás tu palabra?
   - ¿Crées en Dios?
   - Voy a misa.
   - Los dos sabemos que eso no significa nada para un obrero.
   Norberto pensó sus próximas palabras:
   - No creo en vuestro Dios. Creo en un Dios justo, como el que me presentaron cuando era pequeño, no uno que dice que ama a todos sus hijos y luego marca un maldito árbol entre ellos.
   - Estamos iguales, tu problema es con Edgar. Si me hago Cura, impondré impuesto a los señores feudales y los usaremos para beneficio público.
   - No creo una palabra de eso, pero me trae sin cuidado, solo quiero irme de aquí con mi familia. Conseguiré las pruebas a cambio de la granja.
   Seth adelantó la mano.
   - Juro las palabras que he dicho ante el Dios de la justicia.
   Norberto miró su mano, y la estrechó como un pacto de sangre.

* * *

En el rincón marginado de la huerta, en el descanso de la comida, Vicente se rindió ante el agotamiento, cayó de rodillas y acostado sobre la tierra mientras los otros tres conversaban en sus sillas. "Cuando se den cuenta," empezó Rowan a Norberto, "se preguntarán quién pudo haberlos oído. Repasarán sus recuerdos en busca de los que estaban dentro de la iglesia cuando hablaron de los Koether, y habrás logrado que me maten." Norberto habló a sus compañeros de su acuerdo con Seth. Les pidió su colaboración: necesitaban quedarse más tiempo en el pueblo, necesitaban que Jeremías esté distraído mientras investigaban, y debían prestar atención a cada palabra que se dijera en Minaura.

   - ¡Que impulsividad la tuya! - dijo Bertrand - No tienes ni idea de lo que quisieron decir, ni si es algo que no deberían estar haciendo. ¿Qué pasa si nos metemos en esto y resulta que es algo para el pueblo?
   - Por supuesto. ¿Han Frederico y Daarios hecho las paces así de repente? - protestó Norberto.
   - No conoces a Seth. ¿Y qué clase de aprendiz de Cura come en el patio de una taberna?
   - Uno que quiere discutir actos turbios de la Iglesia.
   - No se, hermano - dijo Rowan - esto nos puede meter en problema. Recuerda a Maxen, lo azotaron por meter la oreja donde no debía.
   - Eso es verdad - dijo Bertrand.
   Norberto suspiró, y sus compañeros permanecieron pensativos por unos momentos.
   - Sé que esta es una misión de Dios - sus compañeros se llevaron las manos a la cabeza. Vicente estaba ahora sentado en el suelo y observaba - Esta es nuestra oportunidad de corregir las cosas. Bertrand, tú tienes dos hijos; Rowan, dos hijas y un hijo; Vicente, tienes sobrinos y sobrinas. Podemos evitar que tengan el mismo destino que nosotros. Imaginad una granja para todos, donde nuestros hijos y esposas vivan lejos de todo esto, no más Minaura, no más árboles divinos. Podemos trabajar la tierra - creo que sabemos bien cómo se hace. Pero trabajemos fuera de la sombra de un látigo. Dios nos ama a todos, ¿no es eso lo que nos dicen? Hagamos que lo parezca. Podemos ser el grupo que inicie el autentico reino de Dios en la Tierra.
   Los ojos de Bertrand y de Rowan se movían inquietos, nerviosos, y a menudo examinaban al otro. Vicente se rascaba la barbilla, y gotas de sudor caían del pelo de Rowan. Norberto examinaba a Vicente, cuya mirada era inmóvil y de una seriedad profunda.
   - Yo me apunto - dijo Bertrand - No veré a mis hijos como esclavos ni a mi mujer congelarse por la noche - puso una mano en el centro del círculo, y Norberto puso la suya.
   La mirada de Rowan era la del que se dirige a la guillotina, y sus manos cubrían su boca y nariz.
   - Maldita sea - dijo - Ya me has metido en esto, de todos modos. Me apunto - y puso su mano sobre la pila.
   - ¿Vicente?
   Vicente se levantó con tranquilidad de su asiento, dio pasos apaciguados y con ternura se hizo espacio en la silla restante, fijando sus ojos en Norberto.
   - Estás completamente loco - le dijo - Me apunto.
   Las cuatro manos se levantaron con simultaneidad que parecía practicada, como la de soldados disciplinados.

   El siguiente domingo llevaron a las mismas personas a misa, per esta vez el Sr Guillermo, el mayor rival del Sr Jeremías en el mundo del negocio, había venido preparado con una compañía junto a la cuál la de Jeremías parecía un mero puñado de muchachos. Los rebeldes secretos negaron con la cabeza, y en misa, Norberto halló un lugar junto a Vicente.
   - La próxima semana, necesitaremos que todos los trabajadores vengan. Hay que convencerlos.
   - No podemos ganar al Sr Guillermo todas las semanas - interrumpió Bertrand - Incluso si pudiéramos, el Sr Jeremías no nos invitaría a la taberna cada vez, tras la segunda consecutiva se olvidaría. Tenemos que hallar el modo de investigar durante la misa. Ésta semana los cuatro compañeros mantuvieron las manos atadas a la espalda y postura derecha, como unos desertores frente al pelotón de fusilamiento; estudiaban el coro de discípulos tras el Cura que hablaba en la lengua de un Dios falso que ahora asemejaba un virus en un edificio de corrupción. Entre ellos identificaron a Seth, ojeando al Cura, y a su amigo, ojeándolos a ambos. Arrodillado entre el montón de señores y señoras, vieron al Sr Jeremías cantarle al árbol sagrado sobre el órgano, y las pinturas de las bases de los muros de cada lado danzaban en círculos bajo ellos como un grupo de tiburones esperando a la caída repentina de su presa olorosa de sangre. La misa terminó, y todos se dieron vuelta, pero la moción de Bertrand fue interrumpida por la vista de Tomás, cuya postura de cadaver andante entre la multitud llenaba sus venas de hielo.

   Para evitar sospechas, la siguiente semana acordaron que solo Bertrand y Norberto irían a la iglesia. Se aseguraron de acomodarse al fondo de la sala, para que la escapada por las escaleras circulares pudiera hacerse de forma sutil. Aguardaron hasta que el Cura Edgar hubo ya predicado por largo rato, y las demás personas estaban distraídas en sus precarias silenciosas, y Norberto le dio un toque a Bertrand, que se deslizó como agua hasta el gigantesco cilindro que contenía las escalas. Antes de desaparecer tras los muros que lo abrazaban, vio a Tomás espiándolo, sus ojos entre él y Norberto, el creyente de un Dios sin orden. Tragó saliva y continuó - ahora ya era demasiado tarde, pues la sola intención de irrumpir en los pasillos de la iglesia era suficiente para incriminarlo. Escaló la espiral con espalda acurrucada, temiendo en cada paso que en el siguiente se toparía con discípulos o monjas desprevenidas, y mantuvo en su atención las descripciones que Norberto le había dado: un alto de barba y un calvo de ojos azules, ellos son de quién Seth sospecha. Luís y Tuck, se decía, y el puñetero Carlos. Llegó al segundo piso. Arrastrándose, su cabeza cruzó la línea invisible que unía los marcos opuestos del portón, mirando a un lado y luego al otro. Había un pasillo que conducía a un balcón desde el cuál uno podía ver al Cura y a los adeptos tras una caída de cinco metros; el pasillo llegaba hasta pasado el muro de detrás del órgano, donde estaba el árbol, y se tornaba oscuro. Bertrand creyó ver una puerta al final del pasillo. Su respiración se aceleró, sus manos batallaban entre fuerzas que las impulsaban al pasillo y las halaban desde la guarida de escalas. Esto es un suicidio, pensó, me van a pillar. A toda prisa gateó a la pared del otro lado y se aferró a ella como si intentara huir de la barandilla. Los músculos se le llenaron de furia: ¿Por qué he hecho eso?¿Por qué cualquiera hubiera hecho eso? Se levantó y con la espalda casi paralela al suelo cruzó el pasillo en pasos suaves como plumas - talón, puntas. Cambió de lado otra vez una vez hubo atravesado el nivel del árbol, y asomó la mirada por la puerta siniestra. Vio un hombre, alto y con barba del color de madera pulida, leyendo un papel; le daba la espalda y estaba sentado frente a una larga larga mesa con varios sillones, como para dar cabida a Cura y discípulos. Detrás de él habían estanterías repletas de libros, y al final de la sala unas escaleras hacia abajo, posiblemente al patio trasero. Bertrand miraba continuamente al balcón, imaginando a discípulos viniendo a por él, pero un relinche de caballo llegó desde las escaleras. El hombre de la barba se levantó, rodeó la mesa y desapareció en los escalones. A Bertrand lo empujaron sus instintos dentro de la sala; agarró el papel y se agachó bajo la superficie de la mesa larga. La tinta estaba seca: Escribo para informar que el pago de la Casa se efectuará a mediados de noviembre para coincidir con las elecciones del nuevo Cura. Aceptamos el precio de media tonelada de oro, y tenemos preparadas las tierras que usted pidió en la costa de Idheri. - Héctor Ulrichson, en representación del Papa Daarios.

   Pasos ascendiendo llamaron su atención. Bertrand dejó la carta sobre la mesa y abandonó la sala con tremenda prisa. Cruzó el balcón a paso suave pero veloz, descendió los escalones circulares y con extremo sigilo se situó junto a Norberto. Después del trabajo, cuando el sol se había ido y se dirigían a sus casas por la calle solitaria, Bertrand explicó a sus compañeros lo que vio.
   - ¡Creo que van a vender la iglesia!
   - ¿Eso no va en contra de las reglas?
   - Sí, pero nadie nunca le ha visto la cara a Edgar. Haz el cambio, finge un poco, y nadie en Minaura conocerá el nombre de Daarios.
   Era el plan perfecto: el pueblo no notaría nada, Daarios tendría una buena muestra del poder que tanto deseaba, Edgar y sus tres amados discípulos se irían a Idheri, y Minaura, al ser una aldea marginada de tierras estériles y señores humildes en comparación con la mayoría, estaba a salvo de inspección por parte del Papa Frederico. El Cura Edgar tenía tres granjas que producían por caridad, aunque era intrigante que solo producían tres medias partes de que producía la granja del Sr Jeremías. EL truco, por supuesto, era que esta comida estaba bendecida por Dios - tenían un hechizo que proporcionaba vitaminas y minerales que detenían la muerte, para que llegue tan solo cuando el Creador decida llevarte, pero esto solo si sabías realizar bien el rito de preparación, para el cual había bagas instrucciones en unas placas en la entrada de las huertas del Cura. Esta comida era deseada y envidiada, escasa y preciosa, como cobre bañado en oro, lo que se reflejaba en el precio. El Cura de Minaura a menudo traía herreros de múltiples poblados para remodelar sus carrozas y jinetes para entrenar sus caballos. Resultaba sencillo imaginar por qué un hombre que predicaba en el bosque querría ésta posición.

    Bertrand decidió que la semana próxima no iría al pueblo: "Es arriesgado, levantaría sospechas". Norberto fue acompañado de Vicente; debían hablar con Seth, pues las noticias le interesarían, pero aquel día no fueron a la taberna, y durante misa estaba atrapado con el coro. Regresaron maldiciendo entre dientes, y una semana de trabajo incesante bajo el sol despiadado les esperaba, pero el siguiente domingo pasaron derecho de la iglesia a la granja, y el siguiente, y el siguiente. "Carajo, si llega noviembre, cerrarán el trato, y se habrá acabado." Cada vez que dejaban la iglesia, Norberto sentía un tumor de incompetencia al ver el patio de la taberna tan cerca pero tener las muñecas atadas a Jeremías con un hilo invisible de titanio. Norberto iba todas las semanas: a veces con Rowan, otras veces con Vicente, otras con Bertrand, y otras solo, pero él siempre iba, pues era el que conocía a Seth. Los ojos de Tomás no le soltaron en ningún momento, sin importar cómo tratara de mezclarse con la gente. Era ya final de octubre; Norberto estaba en la iglesia con Bertrand. El predicar del encapuchado sin rostro, quien quiera que fuera esta vez, pasó a paso lento y doloroso. Fueron el cuarto grupo más grande de los siete que hubo, y por lo tanto el Sr Jeremías no estaba contento. Empezaban su camino a la granja cuando Norberto se plantó en medio del camino, observando el patio; Bertrand regresó unos pasos hasta su posición.  "Deberás inventar una tapadera de dónde me encuentro," dijo, "ya no podemos depender de la voluntad de Jeremías." Y así se apresuró a esconderse entre las altas plantaciones de las huertas cercanas hasta que el resto del grupo se fue. Cuando parecía que el pueblo estaba de nuevo en su rutina de domingo, Norberto salió de su escondite, rodeó la calle y se dirigió a a taberna, donde halló a Seth con su compañero alistándose para irse. "Hey", llamó. Seth volvió la cabeza hacia el origen de la voz. "¡Monteblanco! Gracias a Dios. ¿Tienes nuevas?" "Ya lo creo", afirmó. Seth miró a los alrededores: a ésta hora debían reunirse con los otros discípulos en la iglesia. "No hablemos aquí. Sígueme ... Cúbrenos", le instruyó a su compañero. Entraron a la taberna, y Seth fue derecho a hablar con Alberto, el tabernero, a cuya oreja susurró algo. Alberto asintió y le dio una llave, y con una seña de la cabeza Seth indicó a Norberto las escalas que subían. Entraron una habitación con una cama. "Aquí los amantes vienen a hacer lo suyo," explicó Seth, "siento que tengamos que venir aquí, pero nadie nos buscara en éste sitio. Además, Alberto es un viejo amigo, nos cubrirá. ¿Qué has encontrado?". Norberto le introdujo a su equipo de misioneros, y le explicó la odisea de Bertrand hasta la carta de la habitación misteriosa, y le contó sus sospechas de la venta de la Casa. "¿Será la Casa la misma iglesia?" "Eso creemos" "Estupendo, vender una iglesia es un crimen, y cuando el Papa Frederico se entere que además es a los Koether, Edgar caerá", dijo Seth entusiasmado. "Y nosotros recibimos nuestra granja", dijo Norberto. "Aún no. Me das información, per necesitamos evidencias." Dio vueltas por la habitación a paso nervioso y miró por los pequeños espacios entre las cortinas, como un loco perseguido por fantasmas. "Haz lo que puedas por robar la carta. Yo veré qué puedo hacer desde dentro." "Será fácil, tienes toda la iglesia prácticamente para ti." "No es así, el Cura quiere a sus discípulos como una colona de abejas de amanecer a anochecer, y nos esconden cosas." Decidieron que si tardaban más atraerían atenciones indeseadas, así que bajaron y le hicieron una discreta señal a Alberto. "Quédate cinco minutos," ordenó Seth, "no nos conviene que nos vean juntos. Si hallas algo, puedes encontrarme en el 37 de la Calle del Este después de las nueve." Dicho esto, salió por la puerta trasera. Cinco minutos después, Norberto salió tratando de esconder su rostro tras los cuellos de su camisa. Pasó la iglesia sin regalarle un solo vistazo, y dobló la esquina de las plantaciones. No muchos metros más allá se topó con el Sr Jeremías, acompañado de Tomás y Edgar, el Cura sin rostro. Los tres formaban un muro impenetrable, y sujetaban a Bertrand de unas cuerdas que ataban sus manos a su nuca, la cual chorreaba sangre. Su camisa, sus pantalones, todo su cuerpo estaba manchado de sangre, y la mirada en sus ojos era la del viejo Maxen cuando lo azotaron por herejía.

   - ¿Así que vendiendo la Casa, Norberto? - empezó el Sr Jeremías. Norberto no contestó, no sabía qué hacer en estas circunstancias.
   - Les oí insultar al Cura - dijo Tomás - Han despreciado el orden divino.
   El Sr Jeremías avanzó en una caminata demoníaca, era su bastón un tridente. Se posicionó con la espalda recta, un traje de lino negro y monóculo, de frente la costado del hombre con la camisa a cuadros desgreñada y la espalda torcida, y dijo:
   - El Cura Edgar nos ha explicado que la Casa es el nombre coloquial que se le da a la Casa de Nuez, la granja más al norte de Minaura. La Iglesia se lo venderá a Gindade, que, como sabes, es muy pobre - Dio otro paso al frente, y lento pronunció estas palabras: - ¿Tuviste algún cómplice a parte del señor Bertrand Hitch?
   Dolor corría por las venas de Norberto. Suspiró, y no más alto que un susurro dijo: "No"
   - No te oigo - insistió el Sr Jeremías.
   - No - repitió Norberto.
   El Sr Jeremías comenzó a su alrededor una marcha de una paciencia que prendía en cada rincón del cuerpo de Norberto mechas que conducían a toneladas de dinamita.
   - Has cometido un acto de traición a la Iglesia, a Dios y a la Corona. Tal crimen llevará el nombre de la granja del Sr Jeremías para siempre, y eso no me gusta un pelo - Norberto podía sentir su húmedo aliento en su cuello cuando se detuvo a su lado de nuevo - Seréis castigados, durante ocho días, doce latigazos en la espalda, y si resulto tener un mal día, echaré sal sobre las heridas. Si hay más cómplices, dividiré tu sentencia en partes iguales para todos, y desde aquí te digo, es más probable que yo tenga un mal día si no hay ninguno. Preguntaré una vez más, ¿tuviste algún cómplice a parte del señor Bertrand Hitch?
   Norberto podía sentir ya las lineas de sangre en su espalda, y ver a Bertrand tirado sin vida sobre la tierra mugrosa, bajo el acecho de las moscas feroces. Podía verse a sí mismo fuera de su casa, oyendo a su esposa con los niños, retenido por el deseo de no ser visto en tales condiciones. Miró a Tomás, satisfecho como un vampiro ante un cadaver que chorrea sangre. Miró al Cura sin rostro, parado inmóvil, sin expresión, con una cruz colgada al pecho, indiferente a las palabras que se habían dicho.
   - No - dijo de nuevo.

* * *

   Las horas parecían meses y los días años. Tal y como se les avisó, el Sr Jeremías parecía tener un mal día la mayoría de los días. Se les dieron unos cuartos para quedarse mientras el cast duraba: eran cuatro paredes de madera barata con una lámina de hierro oxidado de techo. Estaban a parte del resto, a quién veían por entre las rendijas entre las tablas de sus chozas, y cada día por una hora se les obligaba a picar rocas que no sirvieron de nada antes ni servirían para nada después. Solo se les permitía entrar en las chozas por la noche: durante en día debían quedarse fuera, echados casi desnudos y con la espalda ardiente bajo el sol. "Suerte tenéis de que ya terminó el verano", les decía el Sr Jeremías. No tenían fuerzas para hablarse, aunque habrían tenido cosas que decir, y en cambio pasaban días enteros en desgana, imaginando a sus familias, preguntándose qué hacían, qué se llevaban a la boca. Miraban a los trabajadores trabajar, y se recordaban del Dios del Cura Edgar, de Su árbol, and de los millones que se ensuciaban bajo sus raíces día tras día, y la frase 'el orden de las cosas' rebotaba de un lado al otro en sus mentes, creando escudos que los aislaban del creciente reino del odio, y la orden de mantenerlos a raya con lanzas y espadas defensoras hacía eco en la oscuridad. Al sexto día, las hiervas cercanas a su pequeño rincón se agitaron. Saltaron en sus sitios, esperando al Sr Jeremías con un látigo o un machete, pero las cabezas de Vicente y Rowan aparecieron. Al saltar la valla, la sorpresa en sus rostros fue infinita, su horror el del que navega la puertas del Infierno. Tan solo la expresión de Bertrand preguntaba cómo llegaron. "Creo que conocemos esta huerta mejor que Jeremías, y hemos escondido cosas más a menudo." Rowan y Vicente se arrodillaron frente a sus compañeros, formando un círculo perfecto, como el que habían formado en el rincón oculto de la huerta.
   - Ya son mediados de noviembre - dijo Vicente.
   - No ... quiero ... continuar - dijo Bertrand entre dientes. Norberto no habló, no se movió, sus ojos estaban inundados de lágrimas.
   Sus amigos no protestaron, solo se miraron entre ellos y luego al suelo. Vicente suspiraba, y Rowan se limpiaba las lágrimas de las mejillas.
   - Me llenaba ... creer ... que teníamos una oportunidad - dijo Norberto, con una risa que terminó an llanto.
   El silencio continuó, hasta el viento había abandonado sus proyectos de reorganizar las hojas, y solo quedaba una brisa fría y estática.
   - ¿Qué os dijeron que es la Casa, entonces?
   Con esfuerzo infinito, Bertrand enderezó la postura. "Una granja, los Koether van a comprar una granja. La Casa de Nuez."
   La atención de Rowan se despertó:
   - Eso no puede ser correcto - dijo, y todas las mirada se cruzaron en su dirección - Si buscaran la Casa de Nuez no estarían escribiendo a la Iglesia, porque la Casa de Nuez no pertenece a la Iglesia. Mi primo trabaja ahí, se la vendieron al Sr Danielson hace tres años.
   Hasta Norberto se catapultó como un resorte. La imagen del Cura inmóvil volvió. Las palabras de Jeremías. El modo en que el coro cantaba con el órgano como un pelotón de fusilamiento bajo las raíces de un árbol sintético apuntando a un puñado de herejes. Se acercó a Rowan y sujetó sus hombros en sus manos rígidas. Ninguna palabra hizo falta para entenderle. Vicente se alzó:
   - Hay que apresurarse a la puñetera iglesia ahora mismo, Rowan - Levantó a Bertrand para formar un círculo cerrado, y amontonaron sus manos en el centro - Nos sacaremos de aquí, por el Dios auténtico.

   Vicente y Rowan corrieron entre las plantaciones, sigilosos como panteras pero veloces como águilas. La chaqueta de cuero, grandes bolsillos y botones metálicos de Rowan sonaba con cada violento paso, y más rápido que un colibrí aletea sus alas estuvieron tras un pequeño muro junto a la iglesia de Minaura. El sol se ponía tras los montes del oeste, y un caballo relinchaba en el patio trasero. Un carruaje llegó, y un discípulo con ojos tan azules que congelaban en la noche lo saludó. El visitante le devolvió el saludo con el acento de Gindade mientras buscaba algo en su bolsa. La habitación sobre el patio es su oficina, les había dicho Bertrand. Vicente y Rowan gatearon e irrumpieron en el area bajo la oficina, y desde las escaleras Vicente arrojó una piedra a la pata del caballo, haciendo que salte, desequilibrando al jinete y distrayendo al discípulo. Los misioneros apresuraron arriba y no perdieron tiempo para inspeccionar la larga mesa. Había dos cartas: una era del Papa, convocando al Cura Edgar a la capital para discutir los ascensos con los otros curas, y la otra ... la otra decía así:
   El Cura Edgar ha expresado su deseo de invitaros a una reunión en las puertas del bosque de Minaura, para concluir el pago, intercambiar el equipaje esencial, como el traje del Cura, y cerrar definitivamente la negociación de la Iglesia de Minaura.
   - Luís Jones, representador del Cura Edgar de Minaura.
Bingo, los misioneros sintieron haberlo hecho, pero de las escalas surgieron un discípulo y un visitante encapuchado. Rowan metió las cartas a su bolsillo y segundos después los misioneros de un Dios que no creía en árboles mágicos huían de defensores de órganos y cruces. Bajaron los escalones circulares, rompieron una ventana junto a la puerta cerrada y cruzaron la plaza montando escándalo. Se movían lo más rápido que podían, pero un día de trabajo forzoso les pesaba en los hombros, y el visitante era ágil. Se dirigían a la rotonda central, de donde girar al número 37 de la Calle del Este. El encapuchado les pasó y extendió sus brazos como una muralla; detrás de ellos llegaba en discípulo, y a su lado se alzaba un muro. Con las espaldas aplanadas contra la superficie fría, Vicente y Rowan veían acercarse las raíces de los árboles como cadáveres de buscan cerebros, con rostros ensombrecidos como vampiros con capucha de piel de murciélago. La distancia entre los pies de esos hombre y los suyos era vela que se apaga en una cueva sin salida, y Vicente imaginó la granja: Norberto cavaba hoyos, Bertrand sembraba lentejas, niños jugaban en el jardín y sus madres los perseguían con las verduras. Como un rayo, la mano de Vicente irrumpió en el bolsillo de Rowan, tomó un papel y tiró al hombre de cara al suelo; se giró hacia el discípulo y, haciéndolo a un lado de un puñetazo, cruzó la rotonda. El encapuchado lo perseguía a movimientos ágiles, y el discípulo pronto despertó y se unió a la caza. Rowan estaba tirado en el pavimento con músculos dolorosos, y ojeó el segundo papel, que colgaba del lado de su bolsillo. Lo tomó y lo desdobló. Estaba firmado por Luís, en representación del Cura Edgar de Minaura. Rowan alzó la mirada a Vicente, el hombre de los brazos delgaduchos que huía de un Gindadeo encapuchado y de un discípulo de Edgar, hacia la Calle de Oeste. El flujo de su sangre se aceleró; sus músculos torturados lo empujaron desde abajo a una impecable postura y lo llevaron a paso cojo pero ligero hacia la Calle del Este, fijando su visión interna en un 37 del color de la pureza. A lo lejos lo vio; a lo lejos, ahí estaba: la puerta, la granja, sus amigos y su familia. Sin embargo, un cuerpo pesado apareció desde un lado y se lo llevó desde las costillas, de nuevo al suelo, y de repente Tomás estaba sobre él, levantando su brazo que sujetaba un puñal a la altura donde ganaría el impulso para atravesar acero; el brazo de Tomás cayó como un meteorito, pero el de Rowan lo bloqueó, y la punta del arma apenas le rozó la barbilla. Atacó otra vez, y su brazo otra vez fue un muro de ladrillo apilados bajo el impacto de la ira de Dios. Tomás apoyó todo su peso sobre su brazo; el cuchillo comenzó a rasparle la cara a Rowan. En su mirada, Tomás ya no estaba, lo que quedaba era una carcasa fría y sin vida: "Pertenezco al árbol", dijo. No en vano, una bolsa le cubrió la cara y se lo llevó, y Seth y su amigo sujetaron al asesino que pataleaba como un niño caprichoso amarrado en los brazos del compañero de Seth. "¡Seth, ayúdame!" dijo el discípulo en apuros. Rowan se alzó y le agarró el hombro: "¿Eres Seth, discípulo de Edgar?". Seth miró confuso: "Así es", dijo. "Soy Rowan, el compañero de Norberto", le dijo, y le dio la carta. Seth la leyó con ojo analítico, y levantó la vista como un rayo. "¿Dónde está Monteblanco?" Ante la respuesta batallaba entre sorpresa, pena y prisa, y dijo: "Los sacaré de ahí, lo juro", y se apresuró a su montura.

* * *

   Por muchos años, la gente de Minaura disfrutó recordar historias del en que el Papa Frederico fue al pueblo con su compañía, y la tarde en que el Cura Edgar salió de la iglesia encadenado. Era la primera vez que nadie veía su cara, pero supieron que era él porque el Papa maldecía su nombre una y otra vez; esto lo recordaban mientras cantaban con el Cura Seth de Minaura. Recordaban a los misioneros secretos de la granja del Sr Jeremías, que fue acusado por la iglesia de la capital por tortura. Y, especialmente, les gustaba la historia en que Vicente Martinez, bajo la sombra de la guillotina, se reía en la cara del burlado discípulo de ojos azules. Una granja nueva había sido fundada cerca de las montañas lejanas; se decía que no se mezclaban con extranjeros, que eran una isla distante en un remoto lugar del bosque. Para ellos, era el resto del mundo el que se escondía tras un círculo de escudos, ahuyentados con lanzas y espadas, ajenos a su reino de odio. Una vez al año, el 16 de noviembre, Rowan Herrero se pararía a un lado de la huerta, y observaría a Norberto Monteblanco cavar hoyos, y a Bertrand Hitch sembrar lentejas, y a sus hijos jugar y a sus esposas reunir cultivos, y recordaría un noble sacrificio.


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